martes, 22 de enero de 2008

Todavía más allá


Cuando mi cuerpo empezó a convertirse en guarida perforada de gusanos y demás seres subterráneos de buen comer, me dirigí ya todito espíritu hacia el Ministerio de Trabajo del Más Allá. Cuando llegas, te preguntan cuál había sido tu oficio hasta entonces, por si tienen alguna vacante y se pueden aprovechar tus aptitudes. Yo llevaba treinta y dos años trabajando de enterrador, así que me alegré muchísimo al enterarme de que lo de la eternidad de las almas es tremendo disparate. Por ser justos, todas se mueren exactamente a los veintiséis siglos y cuatro horas. Así me explico que a ningún corpóreo se le haya aparecido nunca el fantasma de un troglodita. De todos modos, la felicidad me duró poco, porque al momento me dijeron que no había nada que enterrar, que con una pequeña urna basta para guardar las cenizas en que se disuelve el espíritu al desaparecer definitivamente.

—Entonces, después de la muerte del alma, ¿no hay nada?

—Eso pensamos la mayoría, aunque empiezan a proliferar algunas religiones que aseguran que existe un Más Acullá después del Más Allá.

—Pues a saber si es verdad.

—A saber... ¿Le interesa un puesto de alfarero de urnas?

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