lunes, 18 de febrero de 2008

Esperando al niño de la bufanda dorada

'El Principito' Antoine de Saint-Exupery

Veo cómo se acerca el principito entre la bandada de pájaros silvestres.


—Buen día —me dice al llegar—. ¿Vives solo aquí?


Sonrío...


Le ofrezco una silla y contemplamos en silencio la puesta de sol. En mi pequeño planeta, basta con moverse unos metros para ver tantos crepúsculos como uno quiera, así que pasamos un buen rato dedicados a nuestra distracción preferida. Al final él, que nunca olvida una pregunta después de formulada, acaba por repetir:


—¿Vives solo aquí?


Yo afirmo con la cabeza. Quisiera contarle que el cordero se comerá su flor, que él se pondrá tan triste que olvidará deshollinar los volcanes y que uno de ellos matará al borreguito. Que la soledad lo hará una persona grande y llorará mucho deseando retroceder en el tiempo, tanto que así pasará. Pero al volver atrás allí estará el niño que había sido, y tendrá que venirse a este planeta para que no lo vea. He aguardado desde entonces a que el ciclo se cumpla y quedar libre de toda obligación con el destino.


Se levanta para marcharse. Yo le ruego que guarde en secreto nuestro encuentro. También que le pida, al hombre que dibujará el bozal para el cordero, que pinte la correa para sujetarlo a la boca. En mi tristeza esto último le digo, aunque sé que no lo hará.


Sus rizos de oro se pierden ya como una estrella que se aleja y no puedo más que recordar lo que ahora piensa: ¡Qué extrañas son las personas grandes!

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