jueves, 14 de febrero de 2008

Sorpresa tras sorpresa




El paciente pescador sonrió pensando que por lo menos un bagre y de los grandes. Cuando al final del sedal apareció un armadillo, quedó estupefacto.


El turbado pescador volvió a echar el anzuelo mirando de reojo al armadillo, que se había acurrucado dentro de la cesta. Esta vez, el tirón fue terrible. Imaginó la foto junto a tremendo bagre, a los del Club de Pesca con la admiración en los ojos y la envidia en las tripas. Pero no, un bagre no era aquel querubín renacentista que surgió enganchado de un ala. No daba crédito. Miró hacia el cielo con temor, pero ningún rayo justiciero bajó para atomizarlo.


El ansioso pescador lanzó por tercera vez. Su mirada alternaba entre el hilo, el angelito que enfurruñado sacudía las alas para secarlas y el armadillo, que había empezado a roncar sonoramente. No tardó en agitarse con ímpetu la caña. Entusiasmado, tiró y soltó, apeló a toda su destreza para vencer al río. ¿Qué iba a ser esta vez? ¿Una sirena, un unicornio? ¿Dios?


Tras media hora de lucha, la presa llegó a la orilla. El ángel aplaudió con regocijo despertando al armadillo, que se acercó a olisquear.


—No hay duda —dijo el pescador rascándose la cabeza—. Es un bagre.




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