miércoles, 5 de marzo de 2008

Expectación máxima


Un par de semanas antes, zascandileando en el patio, Guille se había encontrado una cajetilla de tabaco vacía. Aburrido de pegarle patadas, la cogió del suelo. Fue entonces cuando leyó el gran anuncio admonitorio que ocupaba un tercio del frontal: “Fumar puede matar”.

Desde entonces, cada tarde se sienta en un rincón del salón a observar la gran mole de su padrastro desparramada en el sofá frente al televisor. En tensión, con sus grandes ojos castaños muy abiertos, sigue las evoluciones del fumador compulsivo: la candencia de la brasa en la punta del cigarrillo, las volutas de humo trazando arabescos hasta el techo. Un ritual que a Guille le recuerda a fakires, tubos de escape y chimeneas de barco.

Pero al rato siempre ha de darse por vencido. Se levanta resoplando y se marcha mientras piensa que, con las ranas, todo sucede muchísimo más rápido.

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