lunes, 27 de octubre de 2008

Cuarto menguante



Ella escucha,
lanza los perros contra el silencio.
Vuelven sin rabo,
con la resignada humillación
de los héroes sin batalla.

Ella fuma,
desdibuja con los dedos
la procesión volátil,
las sombras de sus ojos
quisieran ser tan danzarinas.

Ella recuerda,
aun sabiendo que es más lo que ha olvidado.
Emborronada memoria,
pasado acribillado de tachones,
mal menor que la página en blanco.

Ella espera,
la esperanza hecha remiendos,
el corazón en punto muerto,
el nombre-hombre todavía entre los labios,
entregada al sosegado consuelo
de alimentar con posibles
alguna lágrima de secano.


sábado, 25 de octubre de 2008

Mismamente

'Le El' Simon Schubert, 2005
En media hora se despierta, se levanta de la cama, se va a la cocina, se toma un café y dos bollos, se va al baño, se quita el pijama, se ducha, se afeita, se estruja una espinilla, se peina, se echa desodorante, se pone el albornoz, se vuelve a la habitación, se quita el albornoz, se viste y se calza, se dirige a la puerta, se echa un último vistazo en el espejo del recibidor, se ajusta la corbata, se marcha.

En la calle, cuando se dé cuenta de que una vez más se ha olvidado las llaves dentro de casa, se maldecirá fuera de sí a sí mismo y se volverá a recriminar el actuar siempre de forma tan irreflexiva.


Deseos (esbozos de minificción)


El de un ciego que anhela ver para dejar de escuchar lo ruidoso que es el silencio.

El de un ignorante que quiere ser escritor para dejar de ser ignorante, lo cual demuestra lo ignorante que es.

El de un creyente que reza a un dios que no es el suyo para que hable con su dios pidiéndole que escuche sus plegarias.

El de un niño que quiere ser mayor pero no viejo. Menos de veinticinco años, calcula.

El de una mujer que no quiere encontrar a un príncipe azul, sino a un hombre al que poder convertir en su príncipe azul.

El de un hombre que busca una mujer que no quiera convertirlo en su príncipe azul.

El de una Bella Durmiente que, después de un año de casados, querría volver a dormirse para no tener que aguantar más al Príncipe Azul.

El de un dromedario que aspira a ser camello por pura avaricia.

El de un poema con nombre de mujer al que le gustaría que los demás poemas dejasen de poner en duda su masculinidad.

El de un genio que desea encontrar un genio que lo libere para siempre de su lámpara.

El de un pintor que despinta sus cuadros en busca de la pureza.

El de un narcisista que quisiera ser otro para poder alabarse a gusto.

El de un soldado que querría que el enemigo falleciese de muerte natural.

El de un gigoló que desearía desear.

El de el Sol que, cuando se encuentra con su amada Luna, quisiera que no lo eclipsase.

El de un amor no correspondido que busca otro amor no correspondido para corresponderse, así sea siquiera por correspondencia o vía e-mail.

El de Dios que quisiera ser hombre para poder morir y conocer el Infierno.

El de un libro que preferiría dejarse de historias y pasar página.


jueves, 23 de octubre de 2008

Circus interruptus


La tensión se palpa en el ambiente cuando el hombre empieza a caminar sobre la cuerda floja. De repente, la tensión se apodera de la cuerda. El equilibrista sale despedido, atraviesa la carpa y se pierde en la infinitud. La cuerda saluda con un giro de comba infantil y agradece su colaboración al público, que se parte las manos a aplaudir.


miércoles, 22 de octubre de 2008

Resueños


Un hombre sueña que sueña que sueña que sueña que está soñando. Al rato sueña que sueña que sueña que sueña que se despierta. Luego sueña que sueña que sueña que se despierta del sueño en que se despierta. Y también que, mientras se levanta remolón de la cama, se queja de lo tarde que va a llegar hoy al trabajo, cuando al fin logre despertarse.


martes, 21 de octubre de 2008

La verdadera historia del cántaro y la fuente


De tanto ir el cántaro a la fuente, acabaron por enamorarse. Cada día, el cántaro más se llenaba de amor y, por consiguiente, menos de agua. Su dueña, harta de tanto viaje para llevar a casa la misma agua que antes en un ir y venir trasegaba, terminó por montar en cólera y estrelló el cántaro contra un muro.

De las potables lágrimas de la enamorada nacería una oda hermosísima y triste que aún cantan cada mañana las fuentes de todo el país, para solaz de sus habitantes. Sólo las personas, que tan poco tiempo tienen para escuchar a las fuentes, han olvidado esta historia. Apenas conservan de ella la expresión “amor destrozado” y un refrán, siempre más práctico de usar según conveniencia.


miércoles, 15 de octubre de 2008

Principio y final de una odisea


Recién partido de Ítaca, Odiseo rezó a Poseidón:

—Protégeme y guárdame, buen dios.

Así lo hizo Poseidón mandándolo al fondo del mar, a buen recaudo. Y Penélope espera que te espera, enredada por Homero.




martes, 14 de octubre de 2008

Tragedia de identidades


Le dices a Laura que la quieres, aunque tu yo sabe que no es cierto. También lo sabe su yo pero no se atreve a contárselo, porque ama profundamente a tu yo (amor correspondido). Ambos temen que, si ella descubre que no la quieres, no puedan volver a verse.

Por tu yo, dices, es que sigues con esta farsa. No debieras.


viernes, 10 de octubre de 2008

Sí aunque no



Un día de equinoccio en el Gran Bosque, el señor Conejo se topó con el señor Lobo.

—Podría haberme encontrado —se lamentó el señor Conejo— con el señor Ratón o con el señor Ciervo. Mire que es grande este nuestro Gran Bosque y voy a coincidir con usted, señor Lobo. No he tenido nada de suerte.

—Sí, sí la ha tenido. Aunque mala —se mofó el señor Lobo.

Pero en ese momento se oyó un disparo y el señor Lobo cayó al suelo víctima de malherimiento.

—Yo sí que no he tenido suerte —se quejó.

—No, no la ha tenido. Aunque bueno...

El señor Conejo se encogió de hombros y luego de patas para marcharse muy a bote pronto, antes de que el señor Cazador recargara la escopeta y su suerte volviera a mudar de adjetivo. Porque así de antojadiza se muestra la señora Fortuna para con estas cosas que suelen suceder, sobre todo un día de equinoccio, en el Gran Bosque.



jueves, 9 de octubre de 2008

Cualquier tiempo pasado fue mejor


Aquel hombre, por canas asomando la cincuentena, cruzaba sus manos grandes hacia el pecho como en ocultar algo bajo ellas.

—Vamos, buen amigo —uno decía de los que en la mesa le acompañaban—. Sabéis de sobra lo convenido siempre entre nosotros.

—Pero a mi cuerpo es menester lo que los vuestros tanto no precisan —pareció rebatir ceñudo el aludido, aun no sin cierto rubor en los carrillos.

Otro, de rostro ingenuo y sonrosado, afiló el mostacho fino con sus dedos como mostrando paciencia, mas sus ojos se le iban, con brillo de avidez, hacia entre los dedos del testarudo:

—Por Dios, que sois obstinado. No dudéis que vuestro éxito, en el haber conseguido, lo admiramos los tres con la justa reverencia. Mas la regla...

—Mas la regla es juramento —terció el cuarto hombre que hasta ahora se había mostrado silencioso, y en sus palabras podía notarse cierto matiz de autoridad.

Ante el acoso de sus compañeros, aquel hombre robusto lanzó un bufido de resignación, separó sus manos y empujó con ellas al centro de la mesa el motivo de las querencias: un modesto queso, redondo y rancio.

Sacó, el primero que hablara, una daga algo herrumbrosa de bajo la casaca raída, y en dos precisos tajos hizo la división. Antes de abalanzarse sobre el frugal alimento, quisieron aquellos menesterosos guardar su costumbre y, con tono poco convencido, rumiaron la arenga:

—Todos para uno...